sábado, 7 de mayo de 2011

El progreso intergeneracional como base del desarrollo sostenible

         Asociamos el progreso a la historia de la humanidad desde la antigüedad. Esquilo, dramaturgo griego del siglo quinto antes de Cristo nos propone una reflexión sobre la problemática del progreso con la leyenda de Prometeo, titán que robó el fuego del Olimpo y se lo ofreció a la humanidad. La innovación se presenta desde entonces como una parte central del progreso humano. Específicamente los griegos antiguos tuvieron una fe evidente en el progreso por medio de las artes mecánicas o técnicas. Las Luces europeas heredan esta fascinación progresista y la cristalizan con la idealización de las ciencias transmitida por el Renacimiento. En épocas renacentistas las ciencias apoyaban al progreso ahí donde Dios ya no tenía lugar. 

                No obstante, a partir del siglo XIX el cientifismo positivista fue contestado por un romanticismo que pregonaba las virtudes de la naturaleza. Desde entonces distinguimos las ciencias duras de las ciencias sociales o literarias. Posteriormente los valores liberales reforzados por la revolución industrial vieron en la ciencia el motor de la innovación técnica por lo que la sociedad liberal no tardó en asociar ciencia a progreso. Consecuentemente la ciencia estará ligada a la búsqueda de la felicidad, es lo que el filósofo francés contemporáneo Pierre-André TAGUIEFF llama la proto-religión secular de la modernidad. Pero, ¿podemos restringir el progreso a un solo aspecto de la cultura humana, es decir la ciencia? Nada es más falso, aunque debamos reconocer que la sociedad contemporánea permanece ávida de consumo y así pues de producción y de innovación.


                Adicionalmente, es necesario comprender que la ciencia de hoy está esencialmente al servicio de los intereses económicos y que el progreso se distingue principalmente por la invención de nuevos productos antes que por el humanismo científico iluminado del siglo de las Luces. Aunque la ciencia y la tecnología adquirieron un prestigioso halo de protección al oponerse a la ideologización del siglo XX, podemos afirmar con Jürgen HABERMAS que ellas son ahora el objeto de confrontación - HABERMAS Jürgen, la ciencia y la técnica como ideología.. - Para este autor, en la era post-ideológica, es la ideología de la ciencia que instrumentaliza al ser humano por medio de la noción de progreso. 

                Esta ideología de la ciencia tiene sus inicios en el positivismo del siglo XIX. Auguste Comte tomó la idea de progreso como la parte esencial del pensamiento positivista: Bajo el aspecto más sistemático, la nueva filosofía asigna directamente, como destino necesario a nuestra existencia, a la vez personal y social, el mejoramiento continuo, no exactamente de nuestra condición, pero también y sobretodo de nuestra naturaleza (....)- COMTE Auguste, Discours sur l’esprit positif. - Comprendemos entonces que si el progreso es parte de la naturaleza humana, la ciencia es buena en sí misma porque es el componente esencial de esta noción de progreso. De ahí nace la epistemología lógico-empirista del siglo XX, encarnada por Ludwig WITTGENSTEIN, donde se postula que el conocimiento científico es el único conocimiento posible.

       El componente faltante es la consagración de una sociedad de producción y de consumo, que se viene gestando en Europa desde la revolución industrial. Las ciencias entran definitivamente en el seno de las sociedades contemporáneas. A este fenómeno HABERMAS le llama feedback entre el desarrollo técnico y el progreso de las ciencias modernas. La sociedad habiéndose transformado en una sociedad de producción, ahora serían los progresos científico-técnicos quienes establecerían el desarrollo social. Sin embargo la segunda mitad del siglo XX no deja exenta de críticas a la comunidad científica: bombas nucleares, clonación, organismos genéticamente modificados, todo es examinado bajo una lupa civil. El progreso, eje inexorable de la concepción del futuro humano, empieza a ser cuestionado. 

A fines del siglo XX y a inicios del siglo XXI se postulan preguntas existenciales mucho más importantes acerca de las ciencias y la humanidad: las nanociencias y la nanotecnología dejan en claro que lo que está en juego es algo que puede escapar de las manos del control humano. En la década de 1990 la mayoría de los países europeos se ven forzados a paralizar sus programas nucleares cuando la sociedad civil empieza a exigir un cambio en las “ventajas científicas” y “dejar de lado el progreso” para volver a energías menos riesgosas como la eólica. Esto se ha visto particularmente acentuado a raíz del reciente accidente de Fukushima.
                
          En este nivel interviene la nueva escuela de Fráncfort, de la cual HABERMAS es su mayor expositor. La tesis central argumenta que la tecnología atenta contra la libertad humana ya que instrumentaliza al hombre, estratificando así la sociedad capitalista de consumo. Para HABERMAS la ideología de la ciencia y de la técnica legitima el caos mundial de las relaciones capitalistas en una sociedad de consumo manipulada por una idea de progreso que no corresponde más que a una ilusión de su verdadero sentido. Le damos un grado de razón cuando presenciamos que una gran cantidad de los bienes de consumo producidos actualmente no responden a las necesidades básicas de una gran parte del planeta sino a las demandas consumistas de una parte menor. Bajo este contexto, la verdadera elección democrática no existe, puesto que nuestros deseos no son necesidades y los intereses económicos no son verdaderamente democráticos.

                Finalmente, esta ideología del progreso se construye en un supuesto cíclico puesto que si hoy somos superiores al hombre de las cavernas por la superioridad que nos otorgan nuestras invenciones científicas, el hombre de hoy no es más que un hombre del neandertal comparado con el hombre del futuro. ¿Cuál es el sentido de esta búsqueda del progreso? ¿Es una búsqueda eterna que, como aquella del deseo, nos lleva a la angustia por la imposibilidad de colmar nuestros espíritus?

                El problema central es que hemos olvidado la función científica de base heredada de las Luces; la de la instrucción social, para obtener una vía de liberación personal. Además el hombre tiene, entre otras necesidades ontológicas, la necesidad de contar con una memoria que justifica la historia y que nos permite proyectar nuestro propio progreso en el futuro.  Por ello no debemos librar lo esencial de nuestra idea del progreso a la ciencia sola, sino que esta noción debe recuperar sus acepciones sociales presentes en el Renacimiento y las Luces.

                Hablar de un dogmatismo científico es quizás un poco alarmista, porque la sociedad civil tiene un ojo despierto y crítico y ha demostrado su capacidad de acción frente a los absolutos y a la pérdida de libertad. Lo que es capital es canalizar nuestros esfuerzos científicos en fines sociales, para encontrar una libertad social. Es también fundamental que un debate sea reactivado en la sociedad para definir el o los sentidos del progreso, ¿Hacia dónde queremos ir? ¿Cuál es nuestro futuro? Por el momento la vida política peruana no parece tener una intención clara de hacerle frente a estas preguntas, lo que se evidencia es una falta clara de reglamentación social de la ciencia y de la técnica. CONDORCET tiene razón en recordar que el estado último del progreso no se logra más que con la educación. 

                El progreso no consiste entonces en simples y progresivos avances científicos como lo piensa generalmente la sociedad consumista del siglo XXI, sino que debe preguntarse qué tipos de avances se desean y con qué fines. En ese sentido el desarrollo sostenible tiene mucho que ofrecerle a una nueva articulación progresista; no se trata aquí de decir que la conservación y la protección de ciertos elementos impida o atente contra el progreso, sino todo lo contrario, que estos nuevos criterios pueden ayudarnos a redefinir nuestro concepto humano de progreso. Se postula aquí que es posible lograr una sociedad post-consumista basada en preguntas existenciales de progreso que contemplen criterios mucho más allá de la producción. Estas preguntas deben incluir procedimientos y mecanismos de conservación y de gestión de los recursos con una visión intergeneracional que le dé más sentido a nuestra búsqueda humana integral del progreso. Quizás entonces deberíamos enfocarnos y desarrollar más la noción de progreso sostenible, afín a la de desarrollo sostenible que ya empieza a encontrar ciertos límites conceptuales.

Nota: Este ensayo ya lo había escrito hace un tiempo, lo he modificado muy poco, pero he decidido postearlo porque creo que aporta preguntas válidas para los tiempos actuales, no sólo en el Perú, sino a nivel global.

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