martes, 7 de junio de 2011

Resaca electoral

El proceso electoral que el Perú viene dejando atrás trae consigo bastante espuma detrás de la ola. Si bien la mayoría de las lupas están enfocando los aspectos macroeconómicos que le han traído tantos beneficios al Perú, el análisis general adolece de una falta de dosis política en el asunto. ¿Qué aspectos positivos y negativos podemos sacar del proceso electoral concluido? ¿Qué retos tendrá que afrontar la administración Humala a partir del 28 de julio? ¿Qué lecciones hemos aprendido los peruanos de este proceso?




Es evidente que el Perú del 2011 dista mucho del Perú del 2006, cuando Humala se presentaba frente a la opinión pública como la opción de cambio chavista que el país necesitaba para salir del subdesarrollo. En estos últimos 5 años, mucho se puede decir a favor y en contra del gobierno aprista saliente, sin embargo la realidad es que el crecimiento económico y la apertura comercial del Perú se han cristalizado en una base de desarrollo que genera recursos y permite la implementación de políticas sociales sin necesidad de generar desequilibrios fiscales. Esta situación es única en la historia del país.

Así pues, en el contexto de un país pujante, que viene liderando el crecimiento económico en América Latina y que ha demostrado ser uno de los países con mayor nivel de reducción del índice de pobreza en el mundo, asumirá el poder el candidato que justamente ha sostenido siempre un discurso anti-sistema, excepto en la recta final de su reciente campaña electoral. Gran paradoja, aún más teniendo en cuenta que es la primera vez en la historia democrática del país que la izquierda llega al poder a través de las urnas. Si no lo había podido hacer en las últimas décadas plagadas de crisis y de coyunturas desfavorables, ¿cómo lo ha conseguido ahora?

Un primer elemento de respuesta se basa en el hecho que en el Perú la sociedad está muy poco ideologizada y el voto es mayoritariamente personalista. El hecho que Keiko Fujimori haya obtenido un gran bolsón electoral por su calidad de mujer o el hecho que la segmentación del voto haya estado tan claramente definida por grupos etarios y por cuestiones de género así lo demuestra. Segundo, cabe recalcar que la izquierda siempre ha estado fraccionada y la derecha más bien unida, algo que no se ha dado en las últimas elecciones municipales y nacionales, abriéndole la cancha a la izquierda de forma muy invitante, sí, incluso a un candidato tan plagado de puntos débiles como Humala. Pero finalmente, el elemento crucial para la victoria fue el propio contrincante: votar por Keiko significaba avalar, en cierta medida, el régimen de su padre. Un régimen a todas luces autoritario, y por momentos dictatorial, plagado de corrupción y claramente antiliberal en el sentido que los empresarios transaban de manera mercantilista con el gobierno su lugar en el incipiente mercado interno peruano. Eso no bastó para disuadir a casi la mitad del país y hay una buena razón para ello: el discurso de Humala no convence y el candidato es pésimo.

                El discurso de Humala no convence porque la población ve cómo las cosas mejoran en tiempos relativamente cortos, a pesar que sus expectativas sean altas, dado el gran crecimiento que el gobierno actual ha pavoneado irresponsablemente y restregado en la cara de los más pobres que, resentidos (un 30%), votaron por Humala en primera vuelta. El 20% restante que se unió a esa causa es básicamente anti-fujimorista. Y muchos de ellos eran también anti-humalistas, pero un anti primó frente al otro, quizás porque el fujimorismo ya fue gobierno y es mucho más fácil encontrar pajas en el ojo de quien viene saliendo del granero que en el de quien nunca entró. 

                Por su parte, a Keiko se le unieron casi 30% de los peruanos en rechazo a Humala. Queda claro que el rechazo a Humala es mayor que el rechazo a Keiko entre quienes no consideraban esas opciones antes de la segunda vuelta, sin embargo, qué duda cabe, es más fácil sumar 20 puntos a los 30 que ya tienes que sumarle 30 a los 20 ya obtenidos, aunque el resultado sea el mismo. Que la elección la decida 3% del Perú es válido, pero demuestra que las propuestas de uno y de otro lado no generan demasiada confianza. 

                Pues bien, ¿y ahora qué? Se preguntarán muchos, después de haber analizado el por qué de esta singular situación que polarizó al país y no termina de calmar los nervios de muchos ciudadanos respetables que creen que se nos viene el telón negro encima y que más vale que las profecías mayas sean tan ciertas como se pretende, a pesar de ya haber sufrido un gran fiasco con algún clarividente brasileño que no se tomó muy en serio su trabajo (tranquilos compatriotas, no habrá terremoto). 

                No podemos jugar a ser Reinaldo dos Santos, pero sí podemos aportar elementos de análisis para sustentar un punto de vista, como aquí pretendo hacer, para llegar a conclusiones más o menos reales de lo que acontece. 

                Podemos plantear varios escenarios para el gobierno de Humala que van desde el más chavista hasta un gobierno de izquierda tipo Chile. Personalmente creo que esos escenarios son los menos improbables por una serie de razones: en primer lugar Humala no recibe un país en crisis como Venezuela que llamaba al cambio radical y a la “refundación” porque todo olía a podrido. Eso deslegitimiza un plan radical. Sin embargo también hay que leer la voluntad popular: el 30% reclamó un cambio de modelo, el 70% restante lo apoyó en primera vuelta. Por eso Humala tuvo que convocar a una serie de personalidades liberales tan antagónicas a su propuesta original como Mario Vargas Llosa o el propio Alejandro Toledo, quienes en aras de defender la memoria del pueblo peruano frente a la dictadura fujimorista, decidieron apoyar el proyecto humalista, no sin antes recalcar que lo hacían desde una postura vigilante y que lo hacían también en el entendido que Humala respetará el modelo económico. Algo así como que se gobernará la economía con la derecha y se repartirá el pan con la izquierda. La voluntad popular y las adhesiones que recibió no le dan un cheque en blanco como sí lo hicieron con Chávez, con Evo Morales o con Rafael Correa. 

                Por otro lado, tampoco creo que estemos cerca de ver a un “Humalachelet” por varias razones. En primer lugar Humala es un militar, resentido con la sociedad peruana (ha sido dos veces golpista, terrible precedente en su hoja de vida – recordemos que los dos referentes de militares golpistas fracasados que llegaron al poder por las urnas son Lucio Gutiérrez y Hugo Chávez, ambos gobiernos altamente criticables por su falta de compromiso con la democracia y por sus pésimos resultados en el ámbito económico y social). Es por eso que el revanchismo siempre ha estado dentro de su discurso y es también por eso que enarbola una peligrosísima bandera nacionalista, que no entiendo cómo MVLL puede avalar, sabiendo además que su último libro trata justamente de las barbaries ocasionadas por los nacionalismos en el mundo contemporáneo.  Además Humala está rodeado por la izquierda más recalcitrante del Perú, incluidos movimientos cocaleros con altamente probables conexiones con el narcotráfico, dirigentes del SUTEP que tan mal parada ha dejado a la educación nacional, miembros de partidos pro-emerretistas y pro-senderistas como el MNI o Patria Roja, en fin, bases anacrónicas que van a exigir una merecida cuota de poder, ya que su trabajo en pro de Humala ha sido inagotable desde la elección pasada. Bachelet no ha tenido que lidiar con nada de esto, la Concertación chilena es pro-mercado desde hace mucho y tiene un compromiso con la democracia liberal que le ha permitido al país del Sur gozar de una estabilidad envidiable por cualquiera de sus vecinos. 

                La disyuntiva entre estas dos posiciones extremas se trasluce en la imposibilidad de elegir a un posible primer ministro y ministro de economía inmediatamente después de la elección y se deja evidenciar por los dos nombres más sonados para asumir el premierato: por un lado Beatriz Merino, importante figura de la centro-derecha peruana, tan comprometida con la promoción y la defensa de los Derechos Humanos como de las libertades económicas, es una persona de consenso que garantizaría la estabilidad que el país requiere, pero que es repudiada por las bases mencionadas en el párrafo anterior, lo que impide su rápido nombramiento; por el otro Félix Jiménez, economista que ha sido duramente criticado por haber sido el autor del plan de gobierno original de Ollanta Humala, un documento completamente chavista, antidemocrático y contrario a las libertades económicas y de expresión que rigen en el país y que tiene el apoyo de las bases partidarias del nacionalismo (cada vez que escribo, leo o comento que el Perú será gobernado por nacionalistas – al margen de Humala o cualquier otra figura personalista –me da escalofríos), pero que en ninguna medida significarían el consenso que Humala prometió y que el Perú compró en miras de derrotar al fujimorismo. Puede que ninguno de estos dos candidatos asuma el premierato, pero la disyuntiva está personificada en ellos. Aquí tendremos una primera prueba de la capacidad de negociación y concertación del próximo presidente del Perú. Esperemos por el bien de todos que sea alta porque el principal reto será llevar adelante un gobierno de concertación que permita que el Perú no retroceda en todo lo ganado y que siga disminuyendo la pobreza y las desigualdades, como se ha venido dando en los últimos 15 años. 

                Lo más probable es que Humala tenga que situarse en una posición de centro-izquierda, tendiendo la mano a “nacionalistas” de pura cepa (otra vez los escalofríos… no es por nada, pero revisen, queridos lectores, las incidencias del nacionalismo en la historia contemporánea y se darán cuenta de lo que estoy diciendo, o si no, pregúntenle a MVLL. Con una lectura en diagonal del  “Sueño del Celta” lo tendrán todo claro) y a los liberales, también de pura cepa, que lo respaldaron. Todo esto generará conflictos, no necesariamente negativos para el país, que Humala (o su premier) deberá saber resolver. Dudo mucho de su capacidad concertadora dados los antecedentes de militar y dos veces golpista, sin embargo podría estar lo suficientemente bien asesorado como para elegir a un primer ministro con esas características (Beatriz Merino estaría a la altura de las exigencias). 

                La consecuencia de todo esto tiene aspectos positivos y negativos, como todo proceso social. Por el lado positivo, cabe recalcar que si el Perú logra formar una izquierda moderna, que entiende cómo se generan los recursos a través del comercio y de la gestión responsable de la macroeconomía, podrá dejar de lado la incertidumbre electoral que tiene en vilo a los inversionistas y a una serie de actores importantes en el desarrollo nacional en cada elección. Ahí sí se habrá ganado Moody’s el respaldo para su “grado de inversión” otorgado al Perú hace ya un par de años (sería descarado que se lo quiten sólo porque ganó Humala a pesar que no se hayan dado cambios en el país. Dudo que lo hagan en el corto plazo porque significaría que sus analistas tienen una pésima capacidad de entender los procesos socio-políticos de un país, lo que dejaría mal parado a la calificadora). Eso sería un gran logro para la estabilidad nacional y el futuro del desarrollo del país. 

                Por el lado negativo, el Perú muy probablemente ya no profundizará su inclusión en el mundo globalizado, dejará de lado la iniciativa del Arco del Pacífico, un proceso de integración que le haría muchísimo bien al país (considero casi descartada esta opción a la luz del actual resultado), no se firmarían más TLC’s, no se profundizarían las reformas de segunda generación que el país necesita para mejorar los procesos burocráticos y facilitar la calidad de la gestión pública y el país perderá muchas de sus ventajas competitivas que ha ido ganando a pulso y con mucho esfuerzo, como la clasificación a la cabeza de América Latina en el ranking “doing business” que son catalizadores de la inversión privada y por ende motores del crecimiento y de la generación de empleo. El Perú puede perder 5 valiosos años en esta carrera, que de llegar Nadine a Palacio en el 2016, serían 10 y vaya usted a saber cuántos más…
                Así pues, hay mucho pan por rebanar en esta resaca electoral, cargada de espuma, barro, piedras, anguilas eléctricas y una buena cuota de suciedad (cual mar limeño). Sin embargo quedan claras algunas lecciones para el Perú y sus ciudadanos: 

-          Los tiempos electorales deberían acortarse. Dos meses entre la primera y la segunda vuelta es una eternidad que fatiga a los candidatos, hastía a los electores y deja salir sangre más allá del pus necesario que debe extirpar toda sociedad de tanto en tanto. Las heridas no sanarán de un día para el otro. Algunas dejan profundas cicatrices.

-          El Perú no ha emitido un voto anti-sistema. Si ese fuera el caso, entonces un escenario con Ollanta Humala abrazado con Álvaro Vargas Llosa y Alejandro Toledo no hubiese sido un escenario ganador. 30% es anti-sistema y eso está muy pero que muy lejos de la voluntad popular y no le da una carta blanca a Humala para gobernar como quiera un país que reclama concertación.

-          La democracia electoral en el Perú está consolidada. Las instituciones electorales son probas, abiertas y han demostrado ser cada vez más eficientes y garantizar los procesos democráticos. Lo más importante de esto es que se acallaron aquellas voces irresponsables que juraban que veían fraude debajo de la cama todas las noches antes de irse a dormir. ¡Vaya que han quedado mal parados! 

-          La democracia, en su sentido pleno, aún no ha llegado a su etapa de madurez. La ausencia de partidos políticos que sean capaces de canalizar las demandas y edulcorarlas según los cánones institucionales ha sido en gran medida la causante de tener una segunda vuelta tan polarizada.

-          El Perú puede verse fortalecido de este proceso si se consolida una izquierda democrática y responsable económicamente. Todos los países democráticos y desarrollados del mundo cuentan con una alternancia entre izquierda y derecha. A quienes no les gusta el mandato de turno, se les invita a hacer una oposición responsable y constructiva y así lograr la alternancia en un futuro próximo. Esa vía civilizada y democrática es la que debemos construir hoy todos los peruanos que tenemos un compromiso con nuestro país y con su desarrollo.

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