jueves, 30 de junio de 2011

Indigenismo en un Perú humalista

El Perú de hoy debe hacer frente a una problemática de medio milenio: la exclusión social y, específicamente, política, de la población indígena de este país. Las raíces de este problema remontan a la colonia. Recordemos que los únicos dos virreinatos en poder comerciar con España antes de las reformas borbónicas de 1776 fueron Nueva España (Veracruz) y Perú (Callao). El establecimiento de una élite social europea – posteriormente criollizada – y su distanciamiento con el resto de la población amerindia se renforzó por causa de los privilegios que mantenían estas élites con la metrópolis. Al perder el Alto Perú (notablemente Potosí) a expensas del virreinato del Río de la Plata y con la importancia creciente de Buenos Aires, las élites peruanas reaccionaron – a diferencia del resto de los territorios americanos de la corona española – lealmente frente a Fernando VII cuando éste abdicó en 1808 por causa de la invasión napoleónica. 





            A partir de las independencias, el modelo agroexportador fomentado en el Perú por el auge del guano (1850 – 1870), canalizaron los ingresos hacia la oligarquía exportadora, de identidad primordialmente europea. A finales del siglo XIX y a principios del siglo XX, aparece en el Perú un primer indigenismo paternalista que pretendía occidentalizar a los pueblos andinos para incorporarlos al resto de la sociedad. El problema fundamental con este indigenismo es que la población de ascendencia europea del Perú ronda el 15% de los habitantes de este país, es decir que la integración, en caso de darse y de ser exitosa, tendría que provenir del otro lado. 

           Cuando florecieron los populismos latinoamericanos – y el Perú juega un rol importante a nivel panamericano con la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) – la implatación del modelo ISI trajo ciertos cambios para la situación de los andinos peruanos, mas no fueron de gran importancia. A nivel político, ninguna integración había sido lograda a mitad del siglo XX. 

            El paso a una economía de mercado no fue algo sencillo para el Perú. En 1968 el general Juan Velasco Alvarado tomó el poder mediante un golpe de Estado propiciado al presidente electo Belaúnde Terry y emprendió importantes reformas educativas y económicas. La más polémica de todas, la Reforma Agraria, resultó ser, en términos generales, negativa para el país por diversos motivos, mas no por iniciativa. Se dió, además, una fuerte nacionalización de empresas con el objetivo de disminuír el peso de Estados Unidos en el país sudamericano. El modelo agro-exportador llegaba a su agotamiento, la crisis del 73 no hizo sino agravar la situación, por lo que en 1975 – con apoyo popular – su ministro de Guerra, Francisco Morales Bermúdez, tomó el poder mediante un golpe de Estado que puso fin al proceso revolucionario.

            Las FFAA mantuvieron el poder por 12 años, la democracia regresa en 1980 con el gobierno conservador de Belaúnde Terry. El día mismo de la toma del poder, la agrupación terrorista Sendero Luminoso – fundada en 1970 y liderada por Abimael Guzmán – daba su primer golpe en una guerra que le costaría al Perú entre treinta mil y setenta mil muertos según las diversas estimaciones.

            Sabemos que Sendero Luminoso, nacido en la ferviente universidad de Ayacucho de los años 70, tenía como principal escenario de acción los Andes peruanos; la mayoría de senderistas eran recultados dentro del campesinado andino olvidado durante tanto tiempo por el Estado. La ferocidad con la que este movimiento de inspiración maoísta atacaba al Perú se explica en parte por el resentimiento que los ciudadanos andinos de ese país tienen contra la clases dominantes europeas. Sin embargo, el movimiento de Guzmán asesinaba sin compasión campesinos que estaban en contra del senderismo, por lo que no se trata de una sublevación andina, sino específicamente maoísta.

            Revueltas indígenas en el Perú, las hubieron y de gran envergadura. Las revueltas históricas de Túpac Amaru (Vilcabamba 1571-1572) fueron siempre un norte para las regiones andinas peruanas, el yugo europeo un motivo de lucha constante. Sin embargo el siglo XX no ha conocido grandes convulsiones étnicas, o bien, el Estado ha sabido ocultarlas. 

            No obstante, se empiezan a hacer oír algunas reivinidicaciones, como la Humalista de marzo 2004. En efecto, Antauro Humala – hermano del ya conocido Ollanta Humala quien propició una marcha andina contra el fujimontesinismo en octubre del 2000 – se sublevó tomando de asalto una comisaría en los andes peruanos, reivindicando un Estado etnocacerista. Andrés Avelino Cáceres, presidente peruano (caudillo de pura cepa), nacido en Ayacucho, de finales del siglo XIX, encabezó la lucha contra el ejército invasor chileno (Guerra del Pacífico). La originalidad de Cáceres fue la adopción de una organización basada en una estructuración inca de sus ejércitos. El etnocacerismo pretende un Perú de predominancia andina, haciendo referencia a Cáceres como Chávez a Bolívar ¿Es esta una señal de alarma para un Perú multiétnico de espacios cerrados? Estamos ciertamente frente a un problema que debe ser profundamente revizado, aunque la adhesión popular al movimiento humalista haya sido negligente.

            Paralelamente al humalismo, existe en el Perú de hoy un indigenismo, diferente al de finales del siglo XIX, que pretende encasillar al andino, ponerle un label, resaltar sus diferencias y apartarlo. Es, al fin y al cabo, otro tipo de exclusión. Este indigenismo es principalmente intelectual, occidental y su principal aporte es la creación de museos, una mayor investigación sobre las culturas precolombinas por parte de intelectuales occidentales u occidentalizados y un interés mediatizado de los Andes peruanos.

            Muchos ven el futuro del Perú un estado etno-democrático, a la imagen de países como Suiza, Canadá o Bélgica. Sin embargo, debemos recalcar que en Canadá en 1995 el movimiento secesionista del Quebec perdió por un margen inferior al 1% en 1995 y que en Bélgica los conflictos entre flamencos y walones están enhardesiéndose cada vez más. Parece ser que las dificultades radican principalmente en la separación, esta brecha que se abre entre unos y otros al ofrecerles instituciones hechas a la medida, sin tener que compartirlas con otras culturas. Por decirlo de un cierto modo, no hay mestizaje en etno-democracia. Podemos recalcar además que siendo estos dos últimos Estados Federales, el Federalismo parece no ser una respuesta a los problemas del Perú, aunque quizás apostar por una descentralización progesiva pueda ayudar a socavar ciertas inquietudes nacionales.

            El Perú del siglo XXI pretende integrarse al bloque occidental sin adecuar sus estructuras internas a la realidad nacional. La población indígena es la más pobre del país, la peor representada en el seno de sus instituciones y la más marginalizada en prácticamente todos los aspectos de la vida política, económica y sobretodo, social. Es mi opinión que la fuerza cultural del Perú radica en su diversidad y justamente, no podremos expresarla hasta que no exista una verdadera unión, donde cada quien valga por lo que es y no por su “raza”. 

            La heterogeneidad puede aportarle muchísimo a un país que sabe como administrarla. De este conflicto profundamente histórico, antropológico y social deben aprender otras naciones latinoamericanas, o no, que si bien no están confrontadas a choques de esta magnitud, deben hacer frente a otro tipo de racismo; me refiero a la inmigración. 

            La exclusión y sus consecuencias, específicamente el resentimiento, son dos ingredientes extremadamente peligrosos para el buen funcionamiento de nuestras democracias y de nuestras sociedades. El Estado debe tomar en cuenta las reivindicaciones y necesidades de todos. En el Perú, flagrantemente, la mayoría no está representada, lo que exacerba aún más su componente explosivo. La clase política se encargó, por lo menos en el Perú lo puedo afirmar, de beneficiar, no a una clase social, sino más bien a una “raza”, para colmo minoritaria. Sin embargo los discursos populistas de un Humala ya electo presidente no parecen apuntar a resarcir estos añejos conflictos, sino más bien a “darle parejo” a la sociedad tradicional, con un discurso que linda el resentimiento de una clase social que ha pugnado por entrar, sin suerte, en las más altas esferas del poder político y económico. Pero esta clase social es la mestiza, la “cobriza”, la inmigrante y no la indígena altiplánica o amazónica que no tiene los mismos nortes. ¿Podemos pedirle peras al olmo? En este caso el presidente del Perú representa a todos los peruanos, y todos estamos bajo la misma sombra. Falta que eso lo entiendan en Palacio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Contador de Visitas

clocks for websitecontadores web