jueves, 20 de octubre de 2011

Liderazgo y gobernabilidad


                El 28 de julio de 2011 se le prometió al Perú una “Gran Transformación”, reclamada por una gran mayoría de ciudadanos del país, sustentada en un sinnúmero de problemas que han impedido el desarrollo nacional a lo largo de los años. Como ya se ha comentado anteriormente en este blog, esos problemas emanan más de la gestión pública en sí, que del “modelo” emprendido por el país hace ya dos décadas. Prueba de ello son los importantes logros en el ámbito del desarrollo que se evidencian en varios indicadores como lo son el acceso a la salud, a la educación, al ingreso per cápita, al empleo, a la formalidad, a la infraestructura, entre muchos otros aspectos. Sin embargo el Estado ha presentado grande signos de debilidad en la gestión pública, ya que la carrera del funcionario no presenta incentivos que atraigan a profesionales de calidad y, en algunos casos, incluso los aleja de ésta.



En ese contexto, la “Gran Transformación” debió apuntar a la reforma de la carrera pública, antes que a la implementación de programas asistencialistas que, a fin de cuentas, no hacen sino perpetuar la pobreza ya que no crean verdaderas capacidades ni tienen una incidencia en la productividad de los más necesitados. Sin embargo lo que se va dibujando en estos casi tres meses de gobierno es una continuidad de las grandes líneas que, si bien trae estabilidad macroeconómica, terminará por frustrar a una población que tiene grandes esperanzas fijadas a partir del discurso del, en ese entonces, aspirante a la presidencia de la República Ollanta Humala. En ese sentido, viendo la situación actual de la política nacional en la que los escándalos han empezado a empañar la popularidad del partido de gobierno, cabe preguntarse, qué tanta habilidad tiene la cúpula de poder que gobierna al país para deshacerse de los escollos políticos que no harán sino mellar su capacidad de liderar los grandes procesos que necesita el país. Si bien es cierto que la continuidad en las grandes líneas macroeconómicas traerá estabilidad y progreso, como lo ha venido haciendo en los últimos años, si no se emprende un cambio estructural en la función pública, seguiremos teniendo un país regido por gobernantes impopulares que terminan su gestión con altos índices de desaprobación y con un amargo sabor para la sociedad civil que se pregunta qué tantos beneficios trae esa democracia de la que tanto se habla, pero que logra posicionar a los menos adecuados en los puestos clave para el desarrollo del país.

Con la actual crisis del segundo vicepresidente de la República Omar Chehade, implicado en un presunto delito de tráfico de influencias, queda claro que el liderazgo político no es el adecuado. La afirmación anterior se sustenta en el hecho que si bien se trata de un presunto delito y que todo acusado es inocente hasta que no se pruebe lo contrario, lo que sí está claro es que una reunión con generales de la PNP, el segundo vicepresidente, su hermano y un invitado es un grave error político que debe ser asumido por el responsable con la finalidad de no afectar la gobernabilidad del país. La responsabilidad que tiene Omar Chehade frente al partido oficialista es grande: su permanencia puede costarle caro al liderazgo de Ollanta Humala que, habiendo apostado por una actitud más bien discreta frente a los medios de comunicación, debe valerse de situaciones puntuales para demostrar sus posiciones y los mensajes que se le dan al país.

En el plano de lo simbólico, una renuncia a tiempo puede salvar honras y dar una imagen de responsabilidad y arrepentimiento al país, pero una renuncia forzada – como la que de todas formas se vería venir en caso se dé renuncia alguna – pierde toda credibilidad frente a la opinión pública y dejaría una sensación negativa en la población. Sin embargo cada día que pasa sin que llegue esa renuncia empeora la situación, en la medida en que el partido de gobierno facilita a la oposición y a los medios de comunicación una oportunidad dorada para arremeter con artillería pesada al gobierno en general.

Chehade puede ser joven e impetuoso en política y decirle al país que su error radica en esas características, pero el líder de la Nación no puede dejar pasar situaciones como esta para demostrar quién manda y darle un mensaje claro a la ciudadanía: “pueden confiar en mí”. 

En este caso, vía Twitter, hemos comprendido que podemos confiar más en la primera dama antes que en el presidente quien aún no se pronuncia sobre el caso. Estando tan lejos la elección de 2016 no podemos atribuir esto a ninguna estrategia electoral tempranera de la esposa del presidente, sino más bien a la falta de liderazgo que éste tiene frente a la Nación (algunos dirán también que en su hogar).

Si se viene la “Gran Transformación” que se venga, pero si eso implica blindar a todos los cercanos al presidente por su simple calidad de cercanos o de militantes de un partido determinado (tengo entendido que Chehade no lo es del partido nacionalista), entonces seguiremos perpetuando las líneas de continuidad en la ineficiencia en la gestión pública lo que redundará, una vez más, en la debilidad del gobierno y en el hartazgo de la sociedad civil con respecto a sus líderes y al sistema democrático en general. Las consecuencias pueden ser muy graves.

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